viernes, 16 de diciembre de 2011

La canción de nosotros. Eduardo Galeano.

-Tengo frío.
-Ponete así. Me gusta tenerte así.
-La pierna. Acá. Así.
-¿Estás bien?
-¿Y vos?
-Muy.
-Ah.
-¿De qué te reís?
-Para mí, fue una sorpresa. Quiero decir: después. Me parecía increíble que el mundo no hubiera cambiado. Me miré al espejo y yo tampoco había cambiado y me mordía los labios. Quise estudiar y no pude. Quise estar con mis amigas y no pude. Quise escribir cartas, quise trabajar. Quise dormir y tampoco pude.
-¿De eso te reís?
-No me bañé. Tenía tu olor en todo el cuerpo.
-¿De eso?
-No, no. Después te digo.
-Ahora.
-No, después.
-No me interesa.
-Entonces te lo digo. Lo bien que me caés. Eso.
-¿Eso? ¿Y entonces yo?
-¿Qué?
-Mucho más que eso. Contigo no siento miedo de nada.
-Mirá que no soy una santa. Me como las uñas. Te advierto.
-El miedo es una porquería.
-Y sí. Pero, ¿quién no siente miedo?
-¿Vos sentís?
-No tires ahí la… No seas chancho.
-¿Miedo de qué? ¿De que estemos así, como estamos?
-No sé. O sí sé. Siento, como cualquiera.
-Pero juntos, no. Juntos estamos a salvo. Al miedo lo ponemos bajo la suela del zapato y crash: lo aplastamos como a una porquería.
-Oigamé, Pirata. Prometamé, Pirata.
-La escucho. Prometo.
-¿En serio?
-Sí.
-Nunca vamos a dejar que esto se pudra. ¿Eh? No vamos a permitir nunca que esto se pudra.
-¿Nada más que eso? Es fácil.
-No.
-¿No qué?
-No es nada fácil.
-Si usted lo dice.
-Y nunca nos vamos a lastimar. ¿Nos prometemos eso? Es peligroso.
-¿Dejar el cuero en el alambrado?
-Algo así. Puede ser.
-Tanta alegría. Es un regalo. ¿Por qué nos vamos a joder? No me gusta que te pongas solemne.
-¿Qué hora es? Uy, hace dieciocho horas que estamos por levantarnos.
-Nos vamos a enfermar.
-Tendríamos que levantarnos.
-Nos vamos a evaporar.
-¿No íbamos a ir al cine?
-¿Cuándo fue eso? ¿Ayer? ¿Anteayer?
-¿No ibamos a bajar a comer?
-Sí. Tendríamos que levantarnos.
-Esto es mejor que Buster Keaton.
-Esto es mejor que todo.
-No hay nada que…
-Ponete así. Así. Me gusta dormir así.
-Vas a dormir.
-No. Zonzo. Quiero que te quedes. Quedate. Quiero.
-Yo también quiero. Cuando era chico, me alcanzaba con querer una cosa con muchas ganas, para que ocurriera. Cerraba los ojos, pensaba con todas mis fuerzas en eso que quería y zácale: ocurría.
-Cuándo yo era chica, lo que quería era un telescopio.
-¿Uno de esos grandes, que usan los astrónomos?
-Uno enorme. Yo lo había visto en el museo. Como no tenía telescopio, siempre me parecia que se había escapado alguna estrella.
-¿Y eso te importaba?
-Vivía deseando que se viniera la guerra. Una guerra bien grande, para mezclarme con los japoneses y robarme el telescopio. Alguien iba a romper los vidrios a patadas y yo iba a aprovechar y me iba a escapar corriendo con el telescopio entre los brazos. Pero solita no me animaba.
-Hubieras probado.
-¿Y vos?
-¿Yo? Yo era católico, cuando chico.
-¿Como es creer en Dios Mariano? Nunca creí.
-Como creer en la revolución, me imagino. Te da la misma alegría y la misma sensación de no estar solo. Cuando era chico, yo no sentía miedo nunca. Pero un buen día… No, nada.
-Me gusta escucharte.
-Nada.
-Andá, no seas malo.
-Dame un cigarrillo.
-Esperá, no apagues.
-Quiero decir que un buen día lo buscás y no está. Quiero decir: perdés a Dios como se pierde una cosa. Algo que se cae del bolsillo. Como se pierde un encendedor, así.
-Para mí, Dios era un señor de barba que metía miedo a los demás.
-Para mí no.
-Ya veo.
-Era mucho más que eso, para mí. Todavía no sé con qué se rellena ese agujero.
-Ahora es usted el que se puso solemne, Pirata.
-Puede ser, perdona.
-Pero… Mariano. Estás triste. Te vino la tristeza.
-No.
-¿No qué?
-No estoy triste.
-Sí estás.
-Sí. Estoy.
-No hay que hablar tanto.
-No.
-Uno no debería.
-Se arruina todo por culpa de las palabras.
-Sí.
-Mirá.
-¿Qué?
-Los pájaros, en la ventana.
-Hace rato que vienen pasando.
-Se va a venir tormenta, me parece, y nos vamos a mojar.
-Sí. Al irnos, nos vamos a mojar.
La canción de nosotros

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Simple


Me dió un abrazo tan grande que podría haber abarcado el mundo entero. Sus manos apretaban mi espalda y mis ojos humedecidos se convirtieron en las goteras de mi alma. No sabía hasta ese momento que lo había extrañado tanto. Pero desde ese reencuentro, quizás desde siempre, supe que jamás lo había olvidado. Jamás lo había dejado de amar.
-No puedo prometerte que esto realmente funcione, Eva. Pero espero que entiendas que no quiero estar sin vos.
Listo. Con eso me bastaba. Yo tampoco quería estar sin él. Sí podía. Sí pude. Pero ya no quería y ahora solo quiero que este abrazo dure para siempre.
-Manuel te esperé tanto. Sin saberlo, espere y desee tanto volverte a ver. Con vos me siento a salvo.
"Con vos me siento a salvo". Eso le dije? no puedo creer que lo tenga tan idealizado. Pero si. Con él mi corazón late mas fuerte, me hace sentir viva, me llena, me completa, me revive, me nutre, me inspira. Tantas cosas me hace sentir.
Nos teníamos que separar. Tiempo atrás ya no podíamos seguir estando juntos. Él y yo eramos uno. Y cuando dos personas se convierten en una se pierde individualidad y pasa lo que pasa con uno mismo, somos dos a la vez. Dos partes. Blanco y negro. Amor y odio. Bueno y malo. Todo en uno. Y eso es muy difícil de mantenerlo. Éramos uno y sin embargo nos escindíamos. Y nos separábamos cada vez mas. Quizás si no hubiésemos atravesado esa etapa de querer hacer fusión y nos respetábamos tal y como éramos no hubiese elegido irse cuando recibió la carta de su hno. desde Barcelona, brindándole alternativas a su vida conmigo. Por eso, o quien sabe por qué. Pero se fue. Y nos perdimos.
-Sabés una cosa? no me importa que me prometas nada Manu, solamente una cosa es imprescindible para que hablemos de un "nosotros". No tengamos miedo. El miedo no sirve, es peligroso. Probemos, veamos que sale, intentémoslo y vamos tanteando el terreno. Si?
-Si. Amo tus labios, princesa. No me los perdería de nuevo por nada.
Esa tarde hicimos el amor. Y prometimos levantarnos durante 15 horas. Yo no me había bañado, conservábamos el olor de la pasión en nuestros cuerpos. El deseo de entregarnos uno al otro y quizás también el miedo a que esa magia se esfume hicieron que nos quedemos abrazados por un largo tiempo. De nuevo esa palabra, miedo. MIEDO. Es demasiado peligrosa, si. Pero qué sería del amor sin un poco de temor de perder al otro? El temor nos paraliza, no nos permite avanzar. Y sin embargo nos posibilita a movernos en el sentido contrario para evitar rupturas, para no despedazar lo que tanto cuesta construir, para adivinar quién es el otro, que es lo que puede, que es lo que quiere. Ese día, al reencontrarnos, emprendimos la búsqueda de una respuesta a la pregunta que manteníamos latente. Hasta donde estamos dispuestos a llegar por el otro? Pero ya no por miedo, si no por amor.

viernes, 29 de julio de 2011

Zapatillas de ballet


Esta es la clásica historia que suelen contar las abuelas. A mi me la contó la mía hace ya mas de diecinueve años. Es increíble como pasa el tiempo y yo aun la recuerdo como si me la contara cada día. Digo que es clásica porque transcurre en un pueblo y al final del cuento, la gran moraleja. Pero no es una historia común. Principalmente porque para mi tiene un significado especial.
La tarde en que ella me relató esta historia yo venía muy enojada de mi clase de ballet, enojada, frustrada y triste también. Tenía solamente siete años y no estaba preparada para experimentar cierto tipo de vivencias que los grande vivimos de otra manera. La profesora de ballet nos enseñaba pasos con raros nombres en francés que nunca supe pronunciar y teníamos que ir pasando en fila mientras realizábamos las prácticas. Cuando llegó mi turno di un mal paso, giré, caí y para decepción mía mis compañeras se rieron a carcajadas. Con lágrimas en los ojos me levanté y salí corriendo al vestidor con mi tutú rosado y mis zapatillitas de ballet. Me sentía por primera vez decepcionada por no poder realizar aquellos pasos que las demás aprendices realizaban a la perfección. Cuando llegue a la casa de mi abuela le conté lo que me había pasado expresándole mi resignación. Le dije que quería ser bailarina pero si los pasos no me salían no iba a lograrlo nunca. Y ella me contó esta historia:
"En un pueblo chiquito vivía junto a su familia, una bonita y dulce niña llamada Sofía. Su mamá tenía un pequeño puesto de dulces artesanales y su papá trabajaba como carpintero en un modesto local junto a la casa. Eran muy humildes, no tenían grandes posesiones ni sueños de grandeza. Pero ella tenía un deseo. Un profundo sueño de ser bailarina de ballet. Llegaban cada tanto al pueblo artistas que solo pasaban por ahí para reunir víveres y seguir con su viaje. En una ocasión pudo asistir a una pequeña función que realizaban un grupo de artistas callejeros y se asombró de ver esos vestidos de tul y la gracia con la que se desenvolvían las bailarinas y supo desde ese momento que ése sería su destino. Su mamá pudo apreciar el brillo en sus ojitos y vio la admiración con la que su hija miraba el acto. Mientras iban caminando de vuelta a su casa tomadas de la mano, con gran tristeza le explicó a la niña que la vida en un pueblo no es como la vida en la ciudad. Para quienes viven allí es difícil aspirar a grandes lujos y a escuelas caras. Enviarla a una escuela de danza era un lujo que su familia no podía darle. Sin embargo eso no hizo que la niña abandonara su deseo de convertirse en bailarina. Le dijo a su mamá que la ayudaría con la labor de hacer dulces así podía ganarse algunas moneditas extras y con el dinero que junte pagaría las clases que dictaban dos veces por mes en el salón de reuniones del pueblo, dados por artistas que viajaban a enseñar ballet y otras danzas.
Sofía comenzó a pasar mas tiempo en el negocio de su mamá, ayudándola con el quehacer culinario. La producción se incrementó considerablemente porque con sus pequeñas manos pelaba las frutas y adquirió la habilidad de hacer arreglar los frascos tal como lo hacía su mamá. Cuando su hermano mayor volvía de la escuela salían juntos a repartir los dulces en la bicicleta. Con el tiempo pudo ir juntando el dinero necesario para pagar las clases de dos meses pero la señora que tomaba a las alumnas le explicó que no le serviría de nada hacer clases de esa manera porque para cuando vuelva a reunir el dinero para pagar el resto ya se habría olvidado de lo aprendido. A Sofía pareció no importarle demasiado lo que aquella mujer le dijo. Así fue que entusiasmada fue aprendiendo lo que le enseñaron en las escasas clases a las que pudo ir y el tiempo que tardaba en volver a juntar el dinero para seguir pagándolas lo ocupaba ensayando una y otra vez los pasos aprendidos. De a poco esa niñita con deseos de convertirse en una bailarina de ballet y con la fortaleza y la integridad necesarias para lograrlo pudo hacer su sueño realidad."
Y mientras abrazada a mi muñeca mi abuela me contaba el final de la historia, pude saber que no importa cuán lejano y difícil de alcanzar parezca un sueño mientras nos quede en el corazón la llama de la pasión encendida. Acariciándome el pelo y arropándome me dijo:
"Si te sirve de algo, nunca es demasiado pronto, o en mi caso, demasiado tarde para ser quien quieres ser. No hay límite en el tiempo. Empieza cuando quieras. Puedes cambiar o no hacerlo. No hay normas al respecto. De todo podemos sacar una lectura positiva o negativa. Espero que tú saques la positiva. Espero que veas cosas que te sorprendan. Espero que sientas cosas que nunca hayas sentido. Espero que conozcas a personas con otro punto de vista. Espero que vivas una vida de la que te sientas orgullosa. Y si ves que no es así, espero que tengas la fortaleza para empezar de nuevo."

domingo, 17 de abril de 2011

Tres son multitud




Hace casi un año que salgo con dos hombres a la misma vez. Es complicado a la hora de decidirse con quien estar pero en mi caso no se trata solo de decisiones.
Al primero lo conocí por un amigo en común que teniamos y de mi parte no fue amor a primera vista pero comenzamos a entablar una relación que fue convirtiendose de a poco en una gran amistad. Nos veiamos seguido y cada vez pasábamos mas y mas horas juntos, hablando, compartiendo mates, conversando de música, filosofando sobre amor, política, y sobre la vida misma. De juntarnos por la tarde pasamos a seguir hablando por la noche, a compartir mucho tiempo de nuestros días y largas horas de estar el uno con el otro hasta amanecer. Si no estábamos juntos nos encontrábamos en el chat. Si no iba a su casa, él venia a la mía. Eso, que comenzó como una pequeña amistad se fue convirtiendo, para alegría de ambos, en un tierno encuentro, en fogosas noches donde nos encontraba la pasión y la satisfacción de dos cuerpos unidos por el amor. Fue así como se fueron dando las cosas. Después llego todo lo demás. Le pusimos nombre a la relación, íbamos juntos para todos lados, nos preparábamos la cena, nos llevábamos el desayuno a la cama, hacíamos todo juntos. Un cepillo de dientes mio en su casa, cuatro prendas de ropa en un cajón que vació para mi, un pijama rosa debajo de su almohada y de a poco nos encontramos con nosotros dos viviendo en la misma casa. Y felices por eso. Es el hombre perfecto para mi. Si bien es medio vago a la hr de pelar una papa o hacer la cama, lo hacemos juntos, compartimos las tareas, no porque a él le guste hacerlo sino porque es una manera de estar conmigo. Si cocino, cuando lo hago, el me ceba mates. En los días en que el arte culinario se apodera de mi y preparo para él exquisiteces caseras, el sonríe, me besa en la frente y me dice: Sos maravillosa conmigo amor!
Cuando sale temprano del trabajo me va a buscar al mío, a veces con una flor, a veces no. Vamos juntos al cine, hacemos viajecitos a las sierras, jugamos cartas, dormimos siesta abrazados, vemos películas en casa acurrucados en el sillón. Él sabe cuando no estoy en mis mejores días y yo se cuando su humor no es el mejor. Y lo aceptamos. No tenemos muchas discusiones pero sabemos como resolverlas y alguno de los dos cede, nos abrazamos, nos besamos y el enojo desaparece. Después de todo no hay nada mejor que las reconciliaciones. Él me hace sentir que soy la mujer de su vida, que quiere estar conmigo siempre. Me hace sentir amada.
Al segundo hombre con el que comparto mi vida lo conocí poco después de mudarme con el primero. No se como llegamos a estar juntos porque nos llevamos terriblemente mal. Yo siento hacia él una atracción inmensa. Me quedo mirándolo, estática, perpleja ante su belleza. Tiene unos ojos que me convencen de que podría seguir amándolo una eternidad. Y sin embargo su carácter, ese que él dice que tiene desde que lo conozco y que no puede (ni quiere) cambiar, me logra disuadir de estar con él un solo minuto mas. Lo que me atrae de él es lo mismo que me aleja. Él es independiente, solitario, interesante, inteligente. Con él puedo hablar de todo pero no me siento contenida en absoluto. Es presumido y egoísta, su vida es él mismo y su mundo. Se olvida de mi cuando quiere encontrarse con su soledad. Y cuando estoy con él, sus nervios están de punta. Lo sé porque está irritable, tiene problemas para dormir, se molesta ante la mínima palabra que le diga que él considere fuera de lugar. No tengo ni la absoluta idea de que decir ni como que no altere su delicado humor. Hasta llegó a decirme que con su antigua relación no discutía casi nunca porque ella lo conocía tanto que no le daba cabida a sus "locuras temporales". Lo bueno sería que él aprenda a conocerme a mi y entender que yo también soy como soy desde siempre y que lo que digo y hago no es para provocar su ira. A veces no es fácil convivir con personas que se comportan así.
No se porque estamos juntos. Él no es feliz conmigo. Me lo dijo, me lo hizo entender y me lo hace sentir cuando estamos juntos. No se siente atraído por mi, ni le gusta como soy. No es cariñoso, no busca besarme. Ni yo a él. Y para qué decírselo! Pone el grito en el cielo cada vez que intento decirle que hemos perdido esa pimienta que teníamos, que se perdió el romanticismo y la pasión de dos amantes enamorados.
Cuando le quiero contar de mi día, me sale con otras cosas. No tiene proyectos conmigo, no le intereso, no se interesa por lo que tenga para contarle. Él no bromea conmigo, se burla de mi. Hay veces que siento que el solo hecho de estar ahí, con él, le molesta. Y no lo culpo. No es tan fácil convivir conmigo. Sin embargo uno está y me contiene y el otro se pone a la defensiva.
Es difícil que se logre entender como puedo estar con dos personas tan opuestas entre sí. Pero el hecho de estar con una me implica estar con la otra. No puedo elegir y no puedo quedarme sin ninguno de los dos. Perder a uno sería quedarme sin el otro. Extraño drama en el que me encuentro envuelta.
Mi forma de ser también es un tanto especial. Con uno soy una mujer dulce, apasionada, me arreglo para él porque además me siento con ganas de que me vea bonita y hacerle sentir cuanto lo amo y lo importante que es para mi. Con el otro no puedo dejar de mirar la puerta para salir corriendo y huir, lejos. Y hasta le haría un favor porque con él me convierto en una persona irónica. Grito, digo cosas de las que sé que después me voy a arrepentir. Me siento terriblemente miserable. Soy dos mujeres en una, saliendo con dos hombres que son dos polos opuestos. Y aun así, no tengo elección.
Si se tratara de opciones, eligiría ser la que soy sin temer por lo que digo, por como lo digo. Demostrar mi mal humor y contar que tuve un mal día sin que el otro crea que es con él. Ser expresiva, cariñosa, mimarlo el tiempo que sea necesario a ese hombre que es mi compañero, que me escucha, me entiende y me hace sentir mujer. Ir en busca de él sin esperar invitación. Pero no puedo. No es esa una opción. Porque cuando voy a su encuentro, nunca se quien de los dos me va a estar esperando. Porque los dos hombres de los que hablo, son la misma persona.

martes, 22 de febrero de 2011

La caja de Pandora


Un domingo descubrí que habían pasado ya dos meses desde el día que me mudé a mi nuevo departamento y aún conservaba cajas sin abrir. Cajas, bolsas negras y un baúl con un pequeño candado cerrado. Lejos de saber lo que contenían, decidí ponerme a husmear un poco por si quizá encontraba algo útil. Comencé primero con las dos cajas que estaban apiladas y solo encontré viejos apuntes de mis materias rendidas en la universidad, algunas sabanas viejas y uno que otro libro de auto ayuda. Las bolsas no tenían mas que ropa que no usaba, jeans gastados, remeras agujereadas. Cosas sin utilidad, en fin. Pero mi baúl, ese baúl que por alguna razón permanecía con un candado que lo mantenía cerrado, me atrajo poderosamente la atención. Cómo fué que entre tantas veces que pasé a su lado nunca se me había ocurrido abrirlo, siquiera para saber que es lo que había en él. Busqué la pequeña llave por todos lados. En el cajón de mi mesita de noche, en mis bolsitos, en la mochila, en la canasta que estaba de adorno como centro de mesa. Finalmente la hallé en el único lugar donde debía estar. En mi llavero. Ansiosa, me apresuré a girar la llave dentro del pequeñito cerrojo. Al abrirlo y ver lo que en él se guardaba mis ojos brillaron y se comenzaron a humedecer. Fotos viejas, de mi infancia, retratos de mi familia, una muñequita de trapo, extensas cartas recibidas de mi gente cuando me encontraba viajando por el viejo continente y debajo de toda esa pila de cosas, un pequeño y viejo cuadernito rojo de tapa dura. A él le había dedicado largas horas de escritura, plasmado mis más secretos anhelos, nostalgias y varias historias que se me habían ocurrido en determinados momentos a lo largo de mi vida. Largué una carcajada cuando entre sus hojas hallé un cuento que había escrito de pequeña. "El rico y el cofre" lo había bautizado. Y en él relataba la historia de un hombre que tenía todo tipo de riquezas, joyas, mujeres, banquetes, todo lo que él quisiera tener, lo poseía. Pero había algo que no podía lograr conseguir. Como todo relato donde hay un rico avaro, eso era el amor. Eso era lo único que no conocía. Su ambición desenfrenada le había impedido ver que la plenitud está muy lejos de conseguirse apreciando solo bienes materiales y placeres mundanos. Pero además de aumentar cada vez mas sus riquezas, este hombre guardaba una obsesión. Colocar en un pequeño cofre una palabra escrita en un papel junto con cada cosa nueva que obtenía. Junto con una pulsera de diamantes, collares, gargantillas, retratos de bellísimas mujeres, diferentes palabras que se le venían a la mente escritas sobre papel: "Pasión, lujuria, sensualidad, abundancia". Y quizá porque su forma circular le recordaba a aquello que no tiene fin anudó con un hilo a un anillo de oro con pequeños diamantes un papel que decía: "esperanza" e "infinito". Y así con cada cosa que era digna de conservar en su apreciado cofre.
Tras pasar los años, su obsesión se acrecentaba, su ambición se expandía y su soledad se hacía cada vez mas grande. No podía entender como él, que lo tenía todo, que nunca supo lo que era la pobreza, que siempre organizaba grandes fiestas rodeado de una gran muchedumbre podía sentir esa soledad. Cómo era que con tanta riqueza seguía sintiéndose tan pobre como un mendigo. Harto de lamentarse, una tarde, casi anocheciendo y de manera impulsiva tomó su cofre, repleto de sus mas apreciados tesoros y papeles escritos y se dirigió a la morada del viejo sabio del pueblo encontrar una respuesta. Dio fuertes golpes a su puerta, hasta que al fin alguien respondió. Era un hombre mayor, con cabellos como largos hilos plateados que rodeaban sus hombros, flaco, débil y con un lento caminar. Se dirigió al adinerado hombre y le dijo: - Sé a que vienes. De tantos años desperdiciados en acumular riquezas en tu haber, solo has podido conservar para ti ese viejo cofre que llevas contigo siempre, como si la verdadera riqueza la llevaras ahí dentro. No conoces el amor, ni una grata compañía porque solo aprecias lo que puedes tocar, y lo conservas contigo por temor a perder lo único que has podido lograr a lo largo de tu vida. Pero lo que no sabes es que lo verdaderamente valioso es lo que se guarda en el corazón. Y vienes a pedirme ayuda."
El hombre rico se quedo perplejo. No entendía como podía un delgaducho anciano saber sobre su pesar, si jamás había tenido contacto alguno con él. De hecho hasta a él mismo le costó años darse cuenta de su pesadumbre.
El viejo sonriendo al ver el rostro asombrado de su visita le dijo: - Vamos hasta el cerrito de la Cruz y ahí te mostraré algo.
Ambos salieron y caminaron a la par en silencio hasta llegar al destino indicado. Con su larga melena flamenado con el viento, el viejo extendió su huesudo brazo hasta las manos del adinerado hombre, casi sin esfuerzo le quitó el cofre que sostenía, giró la llavecita y lo abrió. Con la fuerte correntada de aire, cada uno de los papelitos que conservaba allí dentro comenzó a volarse. Así voló la lujuria, la avaricia, el placer, la belleza pero en un lugarcito quedó un papel, anudado al anillo que rezaba: "Esperanza-infinito".
-Como verás, estimado compañero, - le dijo el viejo- todo aquello material que conserves puede desvanecerse en segundos, pero hay algo que nunca se perderá, porque lo llevamos dentro de nosotros mismos, anudado, como tú anudaste el papel al pequeño anillo. Y eso, mi querido amigo, es la esperanza infinita . La esperanza es lo último que se pierde. Deshazte de tus riquezas materiales y comienza amar. Nunca es tarde"
Y así aquel hombre que tanto había tenido y sin embargo permanecía tan pobre, agradeció al sabio anciano, tomó su cofre con la esperanza y la ilusión que sin saber había conservado con él por años. Y se dispuso a comenzar de nuevo.
Cerré mi cuaderno rojo, lo guardé dentro de mi valioso baúl y lo cerré. Hay recuerdos que deben conservarse como tesoros.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Vivencias


La ultima vez que vi a mi padre él tenia el ceño fruncido y yo cargaba con una mochila de 70 lts. Nunca le agrado la idea de que me fuera del país pero yo quería estudiar historia del arte y recorrer Europa. Él esperaba que su única hija mujer siga una carrera universitaria "seria" y que me dedique a la abogacía o elija ser contadora, como él. Pero para mi la vida es mas que números y leyes que al fin y al cabo están para quebrantarlas.
Desde esa madrugada que subí al avión, jamás volvimos a hablarnos. Claro que le mande cartas, postales de los lugares mas hermosos que visité, fotos, videos. Pero a cambio solo recibí un giro postal que me envió cuando por mi madre se entero de que me habían robado lo poco que me quedaba. Supongo que nunca aceptó nuestras diferencias, ni perdonó que aquella niña con la cual tenia tanta afinidad hoy decida alejarse para hacer "vida de hippie" como me dijo antes de partir.
Si bien nunca tuvimos una relación muy buena, entablábamos largas charlas. Yo lo acompañaba en alguno de sus viajes o en largas caminatas por el campo de mi abuelo. Disfrutábamos de silencios o cuando lo iba a visitar a su apartada casa de quinta le cebaba mates mientras me contaba anécdotas de la familia y me hacía escuchar los tangos de Julio Cesar, Piazzola o los recitados de Larralde. De él tomé el amor hacia la buena música, la costumbre de llevar una medallita en la billetera que aun hoy conservo y el amor al arte, el mismo que nos separó.
Él me aconsejaba sobre la vida, cómo encarar ciertas situaciones y que debía hacer y cómo. Su forma de aconsejar eran mas bien mandatos paternos, mas que consejos de amigo, como él solía llamarlos. Y no lo culpo. Un padre al fin y al cabo intenta hacer todo, para bien o para mal para encaminarnos a los hijos y el día de mañana, cuando nos falten, sabernos manejar sin problemas. Lamentablemente la vida no funciona así. Formamos nuestras propias experiencias, nos golpeamos una y mil veces contra la pared y tropezamos con las mismas piedras cada vez. Y no siempre están ahí para ayudarnos. De eso se trata crecer.
Hombre de gran tozudez, noble, compañero. Lástima que hayamos tenido que distanciarnos tanto. Recuerdo como si hubiese ocurrido ayer que siendo niñita me tomaba con su mano áspera para llevarme a recorrer los prados. Con su chalina anudada al cuello, el mate en la otra mano, caminábamos y me contaba historias, descubríamos nuevas flores y frutos y disfrutábamos de las pequeñas cosas. Pero las niñitas crecemos y junto con el estirón llegan las nuevas y disparatadas ideas que tanto se distancian de los ideales paternos. A mi padre le dolió mas que me aparte de lo que él esperaba que fuera que la distancia física. Ni siquiera el hecho de que me aleje por tanto tiempo lo hizo dejar de lado su obstinación. De tal palo tal astilla dice el refrán.
Ay mi viejo como te extraño. Por eso ahora, mientras viajo con destino a Argentina, y con mi sueño cumplido, escribo estas palabras para recordarte. Espero verte pronto y que nos podamos estrechar en un abrazo dejando atrás todas esas tonterías que nos hicieron alejar y volvamos a aquellos momentos, como cuando era niña.