viernes, 16 de diciembre de 2011

La canción de nosotros. Eduardo Galeano.

-Tengo frío.
-Ponete así. Me gusta tenerte así.
-La pierna. Acá. Así.
-¿Estás bien?
-¿Y vos?
-Muy.
-Ah.
-¿De qué te reís?
-Para mí, fue una sorpresa. Quiero decir: después. Me parecía increíble que el mundo no hubiera cambiado. Me miré al espejo y yo tampoco había cambiado y me mordía los labios. Quise estudiar y no pude. Quise estar con mis amigas y no pude. Quise escribir cartas, quise trabajar. Quise dormir y tampoco pude.
-¿De eso te reís?
-No me bañé. Tenía tu olor en todo el cuerpo.
-¿De eso?
-No, no. Después te digo.
-Ahora.
-No, después.
-No me interesa.
-Entonces te lo digo. Lo bien que me caés. Eso.
-¿Eso? ¿Y entonces yo?
-¿Qué?
-Mucho más que eso. Contigo no siento miedo de nada.
-Mirá que no soy una santa. Me como las uñas. Te advierto.
-El miedo es una porquería.
-Y sí. Pero, ¿quién no siente miedo?
-¿Vos sentís?
-No tires ahí la… No seas chancho.
-¿Miedo de qué? ¿De que estemos así, como estamos?
-No sé. O sí sé. Siento, como cualquiera.
-Pero juntos, no. Juntos estamos a salvo. Al miedo lo ponemos bajo la suela del zapato y crash: lo aplastamos como a una porquería.
-Oigamé, Pirata. Prometamé, Pirata.
-La escucho. Prometo.
-¿En serio?
-Sí.
-Nunca vamos a dejar que esto se pudra. ¿Eh? No vamos a permitir nunca que esto se pudra.
-¿Nada más que eso? Es fácil.
-No.
-¿No qué?
-No es nada fácil.
-Si usted lo dice.
-Y nunca nos vamos a lastimar. ¿Nos prometemos eso? Es peligroso.
-¿Dejar el cuero en el alambrado?
-Algo así. Puede ser.
-Tanta alegría. Es un regalo. ¿Por qué nos vamos a joder? No me gusta que te pongas solemne.
-¿Qué hora es? Uy, hace dieciocho horas que estamos por levantarnos.
-Nos vamos a enfermar.
-Tendríamos que levantarnos.
-Nos vamos a evaporar.
-¿No íbamos a ir al cine?
-¿Cuándo fue eso? ¿Ayer? ¿Anteayer?
-¿No ibamos a bajar a comer?
-Sí. Tendríamos que levantarnos.
-Esto es mejor que Buster Keaton.
-Esto es mejor que todo.
-No hay nada que…
-Ponete así. Así. Me gusta dormir así.
-Vas a dormir.
-No. Zonzo. Quiero que te quedes. Quedate. Quiero.
-Yo también quiero. Cuando era chico, me alcanzaba con querer una cosa con muchas ganas, para que ocurriera. Cerraba los ojos, pensaba con todas mis fuerzas en eso que quería y zácale: ocurría.
-Cuándo yo era chica, lo que quería era un telescopio.
-¿Uno de esos grandes, que usan los astrónomos?
-Uno enorme. Yo lo había visto en el museo. Como no tenía telescopio, siempre me parecia que se había escapado alguna estrella.
-¿Y eso te importaba?
-Vivía deseando que se viniera la guerra. Una guerra bien grande, para mezclarme con los japoneses y robarme el telescopio. Alguien iba a romper los vidrios a patadas y yo iba a aprovechar y me iba a escapar corriendo con el telescopio entre los brazos. Pero solita no me animaba.
-Hubieras probado.
-¿Y vos?
-¿Yo? Yo era católico, cuando chico.
-¿Como es creer en Dios Mariano? Nunca creí.
-Como creer en la revolución, me imagino. Te da la misma alegría y la misma sensación de no estar solo. Cuando era chico, yo no sentía miedo nunca. Pero un buen día… No, nada.
-Me gusta escucharte.
-Nada.
-Andá, no seas malo.
-Dame un cigarrillo.
-Esperá, no apagues.
-Quiero decir que un buen día lo buscás y no está. Quiero decir: perdés a Dios como se pierde una cosa. Algo que se cae del bolsillo. Como se pierde un encendedor, así.
-Para mí, Dios era un señor de barba que metía miedo a los demás.
-Para mí no.
-Ya veo.
-Era mucho más que eso, para mí. Todavía no sé con qué se rellena ese agujero.
-Ahora es usted el que se puso solemne, Pirata.
-Puede ser, perdona.
-Pero… Mariano. Estás triste. Te vino la tristeza.
-No.
-¿No qué?
-No estoy triste.
-Sí estás.
-Sí. Estoy.
-No hay que hablar tanto.
-No.
-Uno no debería.
-Se arruina todo por culpa de las palabras.
-Sí.
-Mirá.
-¿Qué?
-Los pájaros, en la ventana.
-Hace rato que vienen pasando.
-Se va a venir tormenta, me parece, y nos vamos a mojar.
-Sí. Al irnos, nos vamos a mojar.
La canción de nosotros

Like This!


Simple


Me dió un abrazo tan grande que podría haber abarcado el mundo entero. Sus manos apretaban mi espalda y mis ojos humedecidos se convirtieron en las goteras de mi alma. No sabía hasta ese momento que lo había extrañado tanto. Pero desde ese reencuentro, quizás desde siempre, supe que jamás lo había olvidado. Jamás lo había dejado de amar.
-No puedo prometerte que esto realmente funcione, Eva. Pero espero que entiendas que no quiero estar sin vos.
Listo. Con eso me bastaba. Yo tampoco quería estar sin él. Sí podía. Sí pude. Pero ya no quería y ahora solo quiero que este abrazo dure para siempre.
-Manuel te esperé tanto. Sin saberlo, espere y desee tanto volverte a ver. Con vos me siento a salvo.
"Con vos me siento a salvo". Eso le dije? no puedo creer que lo tenga tan idealizado. Pero si. Con él mi corazón late mas fuerte, me hace sentir viva, me llena, me completa, me revive, me nutre, me inspira. Tantas cosas me hace sentir.
Nos teníamos que separar. Tiempo atrás ya no podíamos seguir estando juntos. Él y yo eramos uno. Y cuando dos personas se convierten en una se pierde individualidad y pasa lo que pasa con uno mismo, somos dos a la vez. Dos partes. Blanco y negro. Amor y odio. Bueno y malo. Todo en uno. Y eso es muy difícil de mantenerlo. Éramos uno y sin embargo nos escindíamos. Y nos separábamos cada vez mas. Quizás si no hubiésemos atravesado esa etapa de querer hacer fusión y nos respetábamos tal y como éramos no hubiese elegido irse cuando recibió la carta de su hno. desde Barcelona, brindándole alternativas a su vida conmigo. Por eso, o quien sabe por qué. Pero se fue. Y nos perdimos.
-Sabés una cosa? no me importa que me prometas nada Manu, solamente una cosa es imprescindible para que hablemos de un "nosotros". No tengamos miedo. El miedo no sirve, es peligroso. Probemos, veamos que sale, intentémoslo y vamos tanteando el terreno. Si?
-Si. Amo tus labios, princesa. No me los perdería de nuevo por nada.
Esa tarde hicimos el amor. Y prometimos levantarnos durante 15 horas. Yo no me había bañado, conservábamos el olor de la pasión en nuestros cuerpos. El deseo de entregarnos uno al otro y quizás también el miedo a que esa magia se esfume hicieron que nos quedemos abrazados por un largo tiempo. De nuevo esa palabra, miedo. MIEDO. Es demasiado peligrosa, si. Pero qué sería del amor sin un poco de temor de perder al otro? El temor nos paraliza, no nos permite avanzar. Y sin embargo nos posibilita a movernos en el sentido contrario para evitar rupturas, para no despedazar lo que tanto cuesta construir, para adivinar quién es el otro, que es lo que puede, que es lo que quiere. Ese día, al reencontrarnos, emprendimos la búsqueda de una respuesta a la pregunta que manteníamos latente. Hasta donde estamos dispuestos a llegar por el otro? Pero ya no por miedo, si no por amor.