Un domingo descubrí que habían pasado ya dos meses desde el día que me mudé a mi nuevo departamento y aún conservaba cajas sin abrir. Cajas, bolsas negras y un baúl con un pequeño candado cerrado. Lejos de saber lo que contenían, decidí ponerme a husmear un poco por si quizá encontraba algo útil. Comencé primero con las dos cajas que estaban apiladas y solo encontré viejos apuntes de mis materias rendidas en la universidad, algunas sabanas viejas y uno que otro libro de auto ayuda. Las bolsas no tenían mas que ropa que no usaba, jeans gastados, remeras agujereadas. Cosas sin utilidad, en fin. Pero mi baúl, ese baúl que por alguna razón permanecía con un candado que lo mantenía cerrado, me atrajo poderosamente la atención. Cómo fué que entre tantas veces que pasé a su lado nunca se me había ocurrido abrirlo, siquiera para saber que es lo que había en él. Busqué la pequeña llave por todos lados. En el cajón de mi mesita de noche, en mis bolsitos, en la mochila, en la canasta que estaba de adorno como centro de mesa. Finalmente la hallé en el único lugar donde debía estar. En mi llavero. Ansiosa, me apresuré a girar la llave dentro del pequeñito cerrojo. Al abrirlo y ver lo que en él se guardaba mis ojos brillaron y se comenzaron a humedecer. Fotos viejas, de mi infancia, retratos de mi familia, una muñequita de trapo, extensas cartas recibidas de mi gente cuando me encontraba viajando por el viejo continente y debajo de toda esa pila de cosas, un pequeño y viejo cuadernito rojo de tapa dura. A él le había dedicado largas horas de escritura, plasmado mis más secretos anhelos, nostalgias y varias historias que se me habían ocurrido en determinados momentos a lo largo de mi vida. Largué una carcajada cuando entre sus hojas hallé un cuento que había escrito de pequeña. "El rico y el cofre" lo había bautizado. Y en él relataba la historia de un hombre que tenía todo tipo de riquezas, joyas, mujeres, banquetes, todo lo que él quisiera tener, lo poseía. Pero había algo que no podía lograr conseguir. Como todo relato donde hay un rico avaro, eso era el amor. Eso era lo único que no conocía. Su ambición desenfrenada le había impedido ver que la plenitud está muy lejos de conseguirse apreciando solo bienes materiales y placeres mundanos. Pero además de aumentar cada vez mas sus riquezas, este hombre guardaba una obsesión. Colocar en un pequeño cofre una palabra escrita en un papel junto con cada cosa nueva que obtenía. Junto con una pulsera de diamantes, collares, gargantillas, retratos de bellísimas mujeres, diferentes palabras que se le venían a la mente escritas sobre papel: "Pasión, lujuria, sensualidad, abundancia". Y quizá porque su forma circular le recordaba a aquello que no tiene fin anudó con un hilo a un anillo de oro con pequeños diamantes un papel que decía: "esperanza" e "infinito". Y así con cada cosa que era digna de conservar en su apreciado cofre.
Tras pasar los años, su obsesión se acrecentaba, su ambición se expandía y su soledad se hacía cada vez mas grande. No podía entender como él, que lo tenía todo, que nunca supo lo que era la pobreza, que siempre organizaba grandes fiestas rodeado de una gran muchedumbre podía sentir esa soledad. Cómo era que con tanta riqueza seguía sintiéndose tan pobre como un mendigo. Harto de lamentarse, una tarde, casi anocheciendo y de manera impulsiva tomó su cofre, repleto de sus mas apreciados tesoros y papeles escritos y se dirigió a la morada del viejo sabio del pueblo encontrar una respuesta. Dio fuertes golpes a su puerta, hasta que al fin alguien respondió. Era un hombre mayor, con cabellos como largos hilos plateados que rodeaban sus hombros, flaco, débil y con un lento caminar. Se dirigió al adinerado hombre y le dijo: - Sé a que vienes. De tantos años desperdiciados en acumular riquezas en tu haber, solo has podido conservar para ti ese viejo cofre que llevas contigo siempre, como si la verdadera riqueza la llevaras ahí dentro. No conoces el amor, ni una grata compañía porque solo aprecias lo que puedes tocar, y lo conservas contigo por temor a perder lo único que has podido lograr a lo largo de tu vida. Pero lo que no sabes es que lo verdaderamente valioso es lo que se guarda en el corazón. Y vienes a pedirme ayuda."
El hombre rico se quedo perplejo. No entendía como podía un delgaducho anciano saber sobre su pesar, si jamás había tenido contacto alguno con él. De hecho hasta a él mismo le costó años darse cuenta de su pesadumbre.
El viejo sonriendo al ver el rostro asombrado de su visita le dijo: - Vamos hasta el cerrito de la Cruz y ahí te mostraré algo.
Ambos salieron y caminaron a la par en silencio hasta llegar al destino indicado. Con su larga melena flamenado con el viento, el viejo extendió su huesudo brazo hasta las manos del adinerado hombre, casi sin esfuerzo le quitó el cofre que sostenía, giró la llavecita y lo abrió. Con la fuerte correntada de aire, cada uno de los papelitos que conservaba allí dentro comenzó a volarse. Así voló la lujuria, la avaricia, el placer, la belleza pero en un lugarcito quedó un papel, anudado al anillo que rezaba: "Esperanza-infinito".
-Como verás, estimado compañero, - le dijo el viejo- todo aquello material que conserves puede desvanecerse en segundos, pero hay algo que nunca se perderá, porque lo llevamos dentro de nosotros mismos, anudado, como tú anudaste el papel al pequeño anillo. Y eso, mi querido amigo, es la esperanza infinita . La esperanza es lo último que se pierde. Deshazte de tus riquezas materiales y comienza amar. Nunca es tarde"
Y así aquel hombre que tanto había tenido y sin embargo permanecía tan pobre, agradeció al sabio anciano, tomó su cofre con la esperanza y la ilusión que sin saber había conservado con él por años. Y se dispuso a comenzar de nuevo.
Cerré mi cuaderno rojo, lo guardé dentro de mi valioso baúl y lo cerré. Hay recuerdos que deben conservarse como tesoros.
1 comentario:
Aquello de que la esperanza es lo último que se pierde es una de las pocas pero importantes cosas que aprendí de mi viejo, y siempre es bueno recordarlo. Gracias por ayudarme a hacerlo, muy lindo texto reina.
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