miércoles, 2 de febrero de 2011

Vivencias


La ultima vez que vi a mi padre él tenia el ceño fruncido y yo cargaba con una mochila de 70 lts. Nunca le agrado la idea de que me fuera del país pero yo quería estudiar historia del arte y recorrer Europa. Él esperaba que su única hija mujer siga una carrera universitaria "seria" y que me dedique a la abogacía o elija ser contadora, como él. Pero para mi la vida es mas que números y leyes que al fin y al cabo están para quebrantarlas.
Desde esa madrugada que subí al avión, jamás volvimos a hablarnos. Claro que le mande cartas, postales de los lugares mas hermosos que visité, fotos, videos. Pero a cambio solo recibí un giro postal que me envió cuando por mi madre se entero de que me habían robado lo poco que me quedaba. Supongo que nunca aceptó nuestras diferencias, ni perdonó que aquella niña con la cual tenia tanta afinidad hoy decida alejarse para hacer "vida de hippie" como me dijo antes de partir.
Si bien nunca tuvimos una relación muy buena, entablábamos largas charlas. Yo lo acompañaba en alguno de sus viajes o en largas caminatas por el campo de mi abuelo. Disfrutábamos de silencios o cuando lo iba a visitar a su apartada casa de quinta le cebaba mates mientras me contaba anécdotas de la familia y me hacía escuchar los tangos de Julio Cesar, Piazzola o los recitados de Larralde. De él tomé el amor hacia la buena música, la costumbre de llevar una medallita en la billetera que aun hoy conservo y el amor al arte, el mismo que nos separó.
Él me aconsejaba sobre la vida, cómo encarar ciertas situaciones y que debía hacer y cómo. Su forma de aconsejar eran mas bien mandatos paternos, mas que consejos de amigo, como él solía llamarlos. Y no lo culpo. Un padre al fin y al cabo intenta hacer todo, para bien o para mal para encaminarnos a los hijos y el día de mañana, cuando nos falten, sabernos manejar sin problemas. Lamentablemente la vida no funciona así. Formamos nuestras propias experiencias, nos golpeamos una y mil veces contra la pared y tropezamos con las mismas piedras cada vez. Y no siempre están ahí para ayudarnos. De eso se trata crecer.
Hombre de gran tozudez, noble, compañero. Lástima que hayamos tenido que distanciarnos tanto. Recuerdo como si hubiese ocurrido ayer que siendo niñita me tomaba con su mano áspera para llevarme a recorrer los prados. Con su chalina anudada al cuello, el mate en la otra mano, caminábamos y me contaba historias, descubríamos nuevas flores y frutos y disfrutábamos de las pequeñas cosas. Pero las niñitas crecemos y junto con el estirón llegan las nuevas y disparatadas ideas que tanto se distancian de los ideales paternos. A mi padre le dolió mas que me aparte de lo que él esperaba que fuera que la distancia física. Ni siquiera el hecho de que me aleje por tanto tiempo lo hizo dejar de lado su obstinación. De tal palo tal astilla dice el refrán.
Ay mi viejo como te extraño. Por eso ahora, mientras viajo con destino a Argentina, y con mi sueño cumplido, escribo estas palabras para recordarte. Espero verte pronto y que nos podamos estrechar en un abrazo dejando atrás todas esas tonterías que nos hicieron alejar y volvamos a aquellos momentos, como cuando era niña.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mi querida, no salgo de mi asombro, cuantas veces nos enfrentamos con lo desconocido de nuestros padres, o cosas que ni imaginamos, muchas veces puede ser por su sabiduria, que nosotros no hemos vivido y por ahi no comprendemos sus mensajes o los tiempos son diferentes pero a la larga el lazo se une por mas de las adversidades, la sangre marca sus pasos y somos lo que somos. cariños!rose