martes, 22 de febrero de 2011

La caja de Pandora


Un domingo descubrí que habían pasado ya dos meses desde el día que me mudé a mi nuevo departamento y aún conservaba cajas sin abrir. Cajas, bolsas negras y un baúl con un pequeño candado cerrado. Lejos de saber lo que contenían, decidí ponerme a husmear un poco por si quizá encontraba algo útil. Comencé primero con las dos cajas que estaban apiladas y solo encontré viejos apuntes de mis materias rendidas en la universidad, algunas sabanas viejas y uno que otro libro de auto ayuda. Las bolsas no tenían mas que ropa que no usaba, jeans gastados, remeras agujereadas. Cosas sin utilidad, en fin. Pero mi baúl, ese baúl que por alguna razón permanecía con un candado que lo mantenía cerrado, me atrajo poderosamente la atención. Cómo fué que entre tantas veces que pasé a su lado nunca se me había ocurrido abrirlo, siquiera para saber que es lo que había en él. Busqué la pequeña llave por todos lados. En el cajón de mi mesita de noche, en mis bolsitos, en la mochila, en la canasta que estaba de adorno como centro de mesa. Finalmente la hallé en el único lugar donde debía estar. En mi llavero. Ansiosa, me apresuré a girar la llave dentro del pequeñito cerrojo. Al abrirlo y ver lo que en él se guardaba mis ojos brillaron y se comenzaron a humedecer. Fotos viejas, de mi infancia, retratos de mi familia, una muñequita de trapo, extensas cartas recibidas de mi gente cuando me encontraba viajando por el viejo continente y debajo de toda esa pila de cosas, un pequeño y viejo cuadernito rojo de tapa dura. A él le había dedicado largas horas de escritura, plasmado mis más secretos anhelos, nostalgias y varias historias que se me habían ocurrido en determinados momentos a lo largo de mi vida. Largué una carcajada cuando entre sus hojas hallé un cuento que había escrito de pequeña. "El rico y el cofre" lo había bautizado. Y en él relataba la historia de un hombre que tenía todo tipo de riquezas, joyas, mujeres, banquetes, todo lo que él quisiera tener, lo poseía. Pero había algo que no podía lograr conseguir. Como todo relato donde hay un rico avaro, eso era el amor. Eso era lo único que no conocía. Su ambición desenfrenada le había impedido ver que la plenitud está muy lejos de conseguirse apreciando solo bienes materiales y placeres mundanos. Pero además de aumentar cada vez mas sus riquezas, este hombre guardaba una obsesión. Colocar en un pequeño cofre una palabra escrita en un papel junto con cada cosa nueva que obtenía. Junto con una pulsera de diamantes, collares, gargantillas, retratos de bellísimas mujeres, diferentes palabras que se le venían a la mente escritas sobre papel: "Pasión, lujuria, sensualidad, abundancia". Y quizá porque su forma circular le recordaba a aquello que no tiene fin anudó con un hilo a un anillo de oro con pequeños diamantes un papel que decía: "esperanza" e "infinito". Y así con cada cosa que era digna de conservar en su apreciado cofre.
Tras pasar los años, su obsesión se acrecentaba, su ambición se expandía y su soledad se hacía cada vez mas grande. No podía entender como él, que lo tenía todo, que nunca supo lo que era la pobreza, que siempre organizaba grandes fiestas rodeado de una gran muchedumbre podía sentir esa soledad. Cómo era que con tanta riqueza seguía sintiéndose tan pobre como un mendigo. Harto de lamentarse, una tarde, casi anocheciendo y de manera impulsiva tomó su cofre, repleto de sus mas apreciados tesoros y papeles escritos y se dirigió a la morada del viejo sabio del pueblo encontrar una respuesta. Dio fuertes golpes a su puerta, hasta que al fin alguien respondió. Era un hombre mayor, con cabellos como largos hilos plateados que rodeaban sus hombros, flaco, débil y con un lento caminar. Se dirigió al adinerado hombre y le dijo: - Sé a que vienes. De tantos años desperdiciados en acumular riquezas en tu haber, solo has podido conservar para ti ese viejo cofre que llevas contigo siempre, como si la verdadera riqueza la llevaras ahí dentro. No conoces el amor, ni una grata compañía porque solo aprecias lo que puedes tocar, y lo conservas contigo por temor a perder lo único que has podido lograr a lo largo de tu vida. Pero lo que no sabes es que lo verdaderamente valioso es lo que se guarda en el corazón. Y vienes a pedirme ayuda."
El hombre rico se quedo perplejo. No entendía como podía un delgaducho anciano saber sobre su pesar, si jamás había tenido contacto alguno con él. De hecho hasta a él mismo le costó años darse cuenta de su pesadumbre.
El viejo sonriendo al ver el rostro asombrado de su visita le dijo: - Vamos hasta el cerrito de la Cruz y ahí te mostraré algo.
Ambos salieron y caminaron a la par en silencio hasta llegar al destino indicado. Con su larga melena flamenado con el viento, el viejo extendió su huesudo brazo hasta las manos del adinerado hombre, casi sin esfuerzo le quitó el cofre que sostenía, giró la llavecita y lo abrió. Con la fuerte correntada de aire, cada uno de los papelitos que conservaba allí dentro comenzó a volarse. Así voló la lujuria, la avaricia, el placer, la belleza pero en un lugarcito quedó un papel, anudado al anillo que rezaba: "Esperanza-infinito".
-Como verás, estimado compañero, - le dijo el viejo- todo aquello material que conserves puede desvanecerse en segundos, pero hay algo que nunca se perderá, porque lo llevamos dentro de nosotros mismos, anudado, como tú anudaste el papel al pequeño anillo. Y eso, mi querido amigo, es la esperanza infinita . La esperanza es lo último que se pierde. Deshazte de tus riquezas materiales y comienza amar. Nunca es tarde"
Y así aquel hombre que tanto había tenido y sin embargo permanecía tan pobre, agradeció al sabio anciano, tomó su cofre con la esperanza y la ilusión que sin saber había conservado con él por años. Y se dispuso a comenzar de nuevo.
Cerré mi cuaderno rojo, lo guardé dentro de mi valioso baúl y lo cerré. Hay recuerdos que deben conservarse como tesoros.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Vivencias


La ultima vez que vi a mi padre él tenia el ceño fruncido y yo cargaba con una mochila de 70 lts. Nunca le agrado la idea de que me fuera del país pero yo quería estudiar historia del arte y recorrer Europa. Él esperaba que su única hija mujer siga una carrera universitaria "seria" y que me dedique a la abogacía o elija ser contadora, como él. Pero para mi la vida es mas que números y leyes que al fin y al cabo están para quebrantarlas.
Desde esa madrugada que subí al avión, jamás volvimos a hablarnos. Claro que le mande cartas, postales de los lugares mas hermosos que visité, fotos, videos. Pero a cambio solo recibí un giro postal que me envió cuando por mi madre se entero de que me habían robado lo poco que me quedaba. Supongo que nunca aceptó nuestras diferencias, ni perdonó que aquella niña con la cual tenia tanta afinidad hoy decida alejarse para hacer "vida de hippie" como me dijo antes de partir.
Si bien nunca tuvimos una relación muy buena, entablábamos largas charlas. Yo lo acompañaba en alguno de sus viajes o en largas caminatas por el campo de mi abuelo. Disfrutábamos de silencios o cuando lo iba a visitar a su apartada casa de quinta le cebaba mates mientras me contaba anécdotas de la familia y me hacía escuchar los tangos de Julio Cesar, Piazzola o los recitados de Larralde. De él tomé el amor hacia la buena música, la costumbre de llevar una medallita en la billetera que aun hoy conservo y el amor al arte, el mismo que nos separó.
Él me aconsejaba sobre la vida, cómo encarar ciertas situaciones y que debía hacer y cómo. Su forma de aconsejar eran mas bien mandatos paternos, mas que consejos de amigo, como él solía llamarlos. Y no lo culpo. Un padre al fin y al cabo intenta hacer todo, para bien o para mal para encaminarnos a los hijos y el día de mañana, cuando nos falten, sabernos manejar sin problemas. Lamentablemente la vida no funciona así. Formamos nuestras propias experiencias, nos golpeamos una y mil veces contra la pared y tropezamos con las mismas piedras cada vez. Y no siempre están ahí para ayudarnos. De eso se trata crecer.
Hombre de gran tozudez, noble, compañero. Lástima que hayamos tenido que distanciarnos tanto. Recuerdo como si hubiese ocurrido ayer que siendo niñita me tomaba con su mano áspera para llevarme a recorrer los prados. Con su chalina anudada al cuello, el mate en la otra mano, caminábamos y me contaba historias, descubríamos nuevas flores y frutos y disfrutábamos de las pequeñas cosas. Pero las niñitas crecemos y junto con el estirón llegan las nuevas y disparatadas ideas que tanto se distancian de los ideales paternos. A mi padre le dolió mas que me aparte de lo que él esperaba que fuera que la distancia física. Ni siquiera el hecho de que me aleje por tanto tiempo lo hizo dejar de lado su obstinación. De tal palo tal astilla dice el refrán.
Ay mi viejo como te extraño. Por eso ahora, mientras viajo con destino a Argentina, y con mi sueño cumplido, escribo estas palabras para recordarte. Espero verte pronto y que nos podamos estrechar en un abrazo dejando atrás todas esas tonterías que nos hicieron alejar y volvamos a aquellos momentos, como cuando era niña.