sábado, 4 de agosto de 2012
"LOS AMORES COBARDES NO LLEGAN A AMORES NI A HISTORIAS, SE QUEDAN ALLÍ...NI EL RECUERDO LOS PUEDE SALVAR" Silvio Rodriguez
martes, 10 de julio de 2012
Álvaro
El tipo se llamaba Álvaro. Tenía un nombre horrible, por cierto. A la madre de él le debe haber gustado porque fué ella quien lo bautizó así. Quizás fué nombrado de esa manera por algún viejo amor de ella, un abuelo o tío querido, un hermano, quién sabe. Pero a Eva le parecía feo el nombre, feo él, feo su pelo y su forma de vestirse. Fea hasta su manera de caminar. Lo que lo atrajo a él en realidad eran su voz cuando se le daba por tocarle alguna canción de esas viejas pasadas de moda que a ella le gustaba oir, sobre todo si las oía de él.
Se conocieron porque él tipo se ganaba la vida tocando la guitarrita en una plaza que ella cruzaba siempre que salía de trabajar. Y se miraban. Se miraban de reojo, se miraban con gracia, se miraban sin disimulo. Eva algunas tardes se iba a la plaza a leer algún libro y tomar aire y se sentaba cerca de él para escucharlo cantar y distraerse un rato. De vez en cuando levantaba la vista de su libro para buscar algún indicio de él que la invite a acercarse a conversar un rato. Como para cortar la soledad por unos cuantos minutos. Y nada. Así que una de esas tardes, además de un libro llevó un termo, un mate y se sentó mas cerca de él a escucharlo cantar. Álvaro interrumpió la interpretación que hacía del flaco Spinetta para acercarse y preguntarle su nombre.
-Yo soy Álvaro, y vos?
(Inevitable sonreir ante un nombre que, para ella, era cercano al espanto.)
-Eva.
-Y vos piba...que onda? te veo siempre por acá. Sos solitaria vos.
- Nada, paso por uno de los pocos espacios verdes que hay para relajar un poco, no se. Vengo, leo, respiro, me desconcentro y me vuelvo a casa, vivo por acá.
-Media rara sos chabona
- Rara? me lo dice un tipo que se la pasa solo y tocando canciones viejas. Digo, a mi me gusta como las interpretás pero que hacés todo día? mirá que te veo siempre por acá.
-Divago flaca. En realidad la gente a veces me tira monedas porque como me ven descalzo, medio despeinado y con la viola, creen que estoy para eso. Pero no. Yo no estoy acá para esto. Estoy acá para endulzarte la lectura a vos.
Y Eva sonrió.
- Sentate Álvaro, querés un mate?
Esa fué la tarde que se conocieron. Estuvieron hablando horas, hasta casi llegar la noche. Esa fué la tarde en la que empezó esa amistad.
Ella volvía al mismo lugar todas las tardes con mates y algún libro para leerle los párrafos que mas le gustaban, mientras el rasgueaba su guitarra. Él le contaba de sus viajes por el sur, por Bolivia, cuando conoció Machu Pichu, de la novia que lo dejó por el violinista que viajaba con él, de la vez que no tuvo que comer y se comíó una lechuza y de todos los lugares a donde quisiera ir. Y ella le contaba de su aburrida vida. Pero a él le interesaba. A veces él iba a su casa y ella le hacía escuchar los discos de tango que había heredado de su abuela y le mostraba su colección de fotos. Otras veces salían a caminar si ningún rumbo por horas. Y esto a ellos les atraía. Se atraían con sus pasiones. Y a él le gustaba la idea de que ella le saque fotos cuando él cantaba. A Eva la fotografía la apasionaba. Y el rostro de Álvaro y sus pies descalzos le parecían una toma fuera de lo común. Retratos de sus sandalias rotas, de su cigarrillo casi consumido enganchado del mango de la guitarra, del humo saliendo de su boca, retratos del sol iluminando su barba desprolija. Otros de su rasta pendiendo de un alambre enganchado a un mechón de pelo.
-Che loca-le dice él una de esas tardes- Y si nos piramos por ahí? Digo, vos podés fotografiar mi música y yo interpreto tus fotos. Qué decís?
-¿Irnos? Y vivir del aire decís?
-No me vas a decir que podés vivir sin aire? Porque yo no sabré mucho piba pero el aire dicen que es necesario tenerlo en los pulmones para vivir. No hay mucho que pensar, yo se lo que vos sentís y lo asfixiada que estás en esta ciudad. Te vas a pudrir si te quedás. Yo te invito. Si querés nos vamos juntos, onda pegamos y yo se que me querés acompañar. Pensalo nena. Me voy el jueves, ya sabés donde encontrarme.
Esa noche Eva no durmió. Pensó en todos los lugares que conocería y en lo lindo que sería darle a su vida un poco de aventura. En darle un interesante uso a los ahorros que venía acumulando sin sentido durante años. En viajar y reemplazar recuerdos con nuevas aventuras. Soñó con los lugares que esperarían ser fotografiados por ella, con respirar viento y dejar que la despeine sin mayores preocupaciones.
La mañana siguiente casi como un impulso preparó su mochila de viaje que tenía archivada, llamó a algunos de sus amigos para despedirse sin contarle demasiados detalles ni dejarse convencer de su equívoca decisión, llamó a su trabajo anunciando enfermedad y se dirigió a la puerta con la sorpresa de encontrarse al abrirla con la persona equivocada, en el momento equivocado.
-Manuel!- Exclamó casi muda por las lágrimas que le atravesaban la garganta
-Hola Eva, volví a buscarte. No tenías pensado viajar, o si? - Simulando no ver la mochila que descansaba en la pared.
Y Eva negó la realidad. Y se negó a perseguir sus sueños, por quien la había dejado tiempo atrás por perseguir los propios.
Se conocieron porque él tipo se ganaba la vida tocando la guitarrita en una plaza que ella cruzaba siempre que salía de trabajar. Y se miraban. Se miraban de reojo, se miraban con gracia, se miraban sin disimulo. Eva algunas tardes se iba a la plaza a leer algún libro y tomar aire y se sentaba cerca de él para escucharlo cantar y distraerse un rato. De vez en cuando levantaba la vista de su libro para buscar algún indicio de él que la invite a acercarse a conversar un rato. Como para cortar la soledad por unos cuantos minutos. Y nada. Así que una de esas tardes, además de un libro llevó un termo, un mate y se sentó mas cerca de él a escucharlo cantar. Álvaro interrumpió la interpretación que hacía del flaco Spinetta para acercarse y preguntarle su nombre.
-Yo soy Álvaro, y vos?
(Inevitable sonreir ante un nombre que, para ella, era cercano al espanto.)
-Eva.
-Y vos piba...que onda? te veo siempre por acá. Sos solitaria vos.
- Nada, paso por uno de los pocos espacios verdes que hay para relajar un poco, no se. Vengo, leo, respiro, me desconcentro y me vuelvo a casa, vivo por acá.
-Media rara sos chabona
- Rara? me lo dice un tipo que se la pasa solo y tocando canciones viejas. Digo, a mi me gusta como las interpretás pero que hacés todo día? mirá que te veo siempre por acá.
-Divago flaca. En realidad la gente a veces me tira monedas porque como me ven descalzo, medio despeinado y con la viola, creen que estoy para eso. Pero no. Yo no estoy acá para esto. Estoy acá para endulzarte la lectura a vos.
Y Eva sonrió.
- Sentate Álvaro, querés un mate?
Esa fué la tarde que se conocieron. Estuvieron hablando horas, hasta casi llegar la noche. Esa fué la tarde en la que empezó esa amistad.
Ella volvía al mismo lugar todas las tardes con mates y algún libro para leerle los párrafos que mas le gustaban, mientras el rasgueaba su guitarra. Él le contaba de sus viajes por el sur, por Bolivia, cuando conoció Machu Pichu, de la novia que lo dejó por el violinista que viajaba con él, de la vez que no tuvo que comer y se comíó una lechuza y de todos los lugares a donde quisiera ir. Y ella le contaba de su aburrida vida. Pero a él le interesaba. A veces él iba a su casa y ella le hacía escuchar los discos de tango que había heredado de su abuela y le mostraba su colección de fotos. Otras veces salían a caminar si ningún rumbo por horas. Y esto a ellos les atraía. Se atraían con sus pasiones. Y a él le gustaba la idea de que ella le saque fotos cuando él cantaba. A Eva la fotografía la apasionaba. Y el rostro de Álvaro y sus pies descalzos le parecían una toma fuera de lo común. Retratos de sus sandalias rotas, de su cigarrillo casi consumido enganchado del mango de la guitarra, del humo saliendo de su boca, retratos del sol iluminando su barba desprolija. Otros de su rasta pendiendo de un alambre enganchado a un mechón de pelo.
-Che loca-le dice él una de esas tardes- Y si nos piramos por ahí? Digo, vos podés fotografiar mi música y yo interpreto tus fotos. Qué decís?
-¿Irnos? Y vivir del aire decís?
-No me vas a decir que podés vivir sin aire? Porque yo no sabré mucho piba pero el aire dicen que es necesario tenerlo en los pulmones para vivir. No hay mucho que pensar, yo se lo que vos sentís y lo asfixiada que estás en esta ciudad. Te vas a pudrir si te quedás. Yo te invito. Si querés nos vamos juntos, onda pegamos y yo se que me querés acompañar. Pensalo nena. Me voy el jueves, ya sabés donde encontrarme.
Esa noche Eva no durmió. Pensó en todos los lugares que conocería y en lo lindo que sería darle a su vida un poco de aventura. En darle un interesante uso a los ahorros que venía acumulando sin sentido durante años. En viajar y reemplazar recuerdos con nuevas aventuras. Soñó con los lugares que esperarían ser fotografiados por ella, con respirar viento y dejar que la despeine sin mayores preocupaciones.
La mañana siguiente casi como un impulso preparó su mochila de viaje que tenía archivada, llamó a algunos de sus amigos para despedirse sin contarle demasiados detalles ni dejarse convencer de su equívoca decisión, llamó a su trabajo anunciando enfermedad y se dirigió a la puerta con la sorpresa de encontrarse al abrirla con la persona equivocada, en el momento equivocado.
-Manuel!- Exclamó casi muda por las lágrimas que le atravesaban la garganta
-Hola Eva, volví a buscarte. No tenías pensado viajar, o si? - Simulando no ver la mochila que descansaba en la pared.
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