martes, 14 de diciembre de 2010

Hogar dulce hogar


El fin de año huele a compras. Gente disparando por todos lados, buscando regalos adecuados para los que se portaron bien durante el año, a precios relativamente economicos. Adornos navideños en todas las vidrieras, en cada esquina, arboles iluminados, ofertas de pan dulce, budines, garrapiñadas, almendras bañadas y un sin fin de productos que lejos de consumirse, se compran para adornar y rellenar la mesa navideña. Y junto a todo esto las eternas disputas sobre dónde pasar las fiestas. Mi mamá que siempre reclamó para ella el 25, porque es mas familiar, porque "a tu padre le da lo mismo". Mi papá que se juega con el asadito y pide que por una vez aunque sea lo pasemos con él, nunca se sabe donde voy a estar el otro año, dice él. Mi hno que no festeja jamás las fiestas porque según él son solo una perdida de tiempo y dinero y yo que tengo que lidiar con tener esta extraña familia que los psicologos actuales han denominado "reconstituidas".
Basicamente las fiestas en mi familia consisten en cenas cargadas de conversaciones y chistes donde lo bizarro, el mantecol y la sidra abundan. Del lado paterno el asadito chamuscado, la incansable suplica de mi padre para que comamos otro pedacito, los tomates con albahaca y la papa deshabrida de Liliana, su señora. Mi hno. mayor malhumorado y sin ningún reparo por ocultar cuánto le disgustan este tipo de celebraciones y mi hno menor por el contrario, esperando con ansias que den las 12 campanadas para saludar y salir en busca de sus amigotes para entrar al boliche y hallar nuevos corazones para conquistar. A mi mamá siempre se le pianta un lagrimón por la emoción de compartir otra cena familiar y por las expectativas del nuevo año. Infaltable la bombacha rosa de regalo, las discusiones interminables sobre política y religión, la mesa fría repleta de vitel toné que nunca alcanza y de ensalada rusa que siempre sobra. El que se pasa de brindis, el que se quema con los fastidiosos petardos, los que no conformes con haber comido como nunca preguntan si no quedó otro poquito de lemon champ.
Gritos de mi madre para que se termine de bañar y cambiar ese que siempre tarda, corridas para que la mesa quede lista. Mantel rojo, candelabros, vasijitas llenas de comida para "picotear", copas, sidra, champán y una vez sentado el último en la mesa, todos a comer. Una de las pocas ocasiones donde los preparativos anuncian la llegada especial de alguien...de quién? de qué? De uno de los pocos momentos donde se comparte con los seres queridos esa magia de estar unidos.
Figurita repetida anualmente. Y no reniego de ello. Al fin y al cabo, que sería de las fiestas sin estos seres tan particulares a los cuales agrupamos bajo el nombre de familia.Por eso creo que esta vez en vez de optar por subirme a la antena mas alta en busca de un poco de tranquilidad, elijo nuevamente esta alocada celebracion familiar, donde sea y con quien sea que esta vez me toque.
Chin Chin!